El Presidente Obama presentó el 1 de febrero su solicitud de presupuesto para la NASA para el año fiscal de 2011. En él, pide un incremento de aproximadamente 1.000 millones de dólares, pero también la reforma casi total del programa tripulado. Dicha reforma incluye la prolongación de la utilización de la estación espacial internacional hasta al menos 2020 y la cancelación completa del programa Constellation. Es decir, la NASA, según mandato del Presidente, debe abandonar a corto y medio plazo cualquier intención de explorar con astronautas más allá de la órbita terrestre, lo que implica el cese de todas las actividades alrededor del diseño de los cohetes Ares-I y V, e incluso de las naves Orion (cápsula tripulada) y Altair (módulo de alunizaje). De hecho, Obama está pidiendo un cambio de paradigma para la agencia, ya que en su propuesta de presupuesto se está ordenando a la NASA a que deje en manos de la industria privada el desarrollo de los futuros medios estadounidenses de lanzamiento de personas al espacio. Ante dicha situación, se han empezado ya a levantar voces a favor y en contra de la decisión, que tendrá lógicamente consecuencias para el futuro. Pero hay que tener en cuenta que el presupuesto deberá ser aprobado por el Congreso, lo cual está lejos de ser seguro, ya que el cambio de rumbo afectará grandemente a cómo se hacían las cosas hasta ahora, y muchos congresistas y senadores no están de acuerdo con él. El anuncio confirma los rumores que corrían durante los últimos días en los medios de comunicación, y de hecho presenta una situación aún más compleja, ya que si bien casi todos los analistas daban por hecho que Obama cancelaría los cohetes Ares, creían que al menos continuaría el desarrollo de la cápsula Orión, como sucesora de los actuales vuelos de la lanzadera espacial, cuya última misión está programada para el próximo mes de septiembre. En lugar de ello, no se prolongará la vida del Space Shuttle y se desestima sustituirlo por el Orion, de modo que los Estados Unidos se quedarán sin medios propios de acceso al espacio para sus astronautas. Con la estación espacial a punto de ser completada, se impone por otro lado la lógica y la NASA apoyará su continuidad (en peligro según el plan anterior, que no disponía de fondos suficientes para financiar a un tiempo el complejo orbital y el retorno a la Luna). Pero para poder viajar hacia la ISS, los astronautas estadounidenses deberán viajar a bordo de cápsulas rusas Soyuz, para lo cual la NASA deberá pagar unos 50 millones de dólares por asiento. Las razones para este cambio de dirección son diversas, pero básicamente se centran en el elevado coste del programa Constellation, y la imposibilidad de financiarlo de forma adecuada para evitar que siga aumentando su factura y los retrasos se acumulen. Su cancelación, sin embargo, deja 9.000 millones de dólares invertidos en el limbo: la torre de lanzamiento de los cohetes Ares, en construcción en el centro espacial Kennedy y que hace pocos días vio colocada su última pieza estructural, se quedará pues sin uso y probablemente será desmantelada. Con un programa Constellation insostenible (porque precisaría un aumento de los presupuestos de más de 3.000 millones de dólares anuales, y el sacrificio de otros proyectos en marcha), Obama ha decidido que la NASA ya no debe tener un nuevo programa tripulado concreto entre manos, uno con un objetivo (la Luna, Marte...), y trabajar para hacerlo posible, sino que la agencia debe dedicarse exclusivamente a desarrollar tecnologías innovadoras para que, cuando llegue el momento, puedan servir para allanar el camino hacia alguno de estos objetivos. Es decir, en vez de reutilizar conceptos probados (Apolo, Shuttle), que maximicen las posibilidades de éxito para alcanzar un destino, los ingenieros deben desarrollar tecnologías que conviertan en más realista una iniciativa de este calibre. Por ejemplo, la NASA financiará una serie de proyectos de desarrollo puramente tecnológicos, que incluirán misiones de prueba, y que ya no tendrán la ciencia como prioridad. Se diseñarán sistemas para almacenar combustible en órbita y transferirlo a otras naves espaciales, se mejorarán los sistemas de soporte vital de los vehículos tripulados, se invertirá en nuevos motores de propulsión, se trabajará en un diseño de cohete pesado, etc. Incluso se lanzarán sondas de aterrizaje hacia la Luna para demostrar técnicas de explotación de los recursos locales, o robots mucho más sofisticados que los de ahora. La NASA ya ha anunciado contratos a varias empresas para que investiguen en todo ello. La agencia debe garantizar con su apoyo que las compañías privadas puedan ser las que a partir de ahora, y con la debida seguridad, ofrezcan el medio de transporte para los astronautas americanos, y que puedan hacerlo lo antes posible. Con su presupuesto, Obama ha escuchado las conclusiones del comité Augustine, que señalaban la inviabilidad del programa Constellation, pero no ha adoptado ninguna de las alternativas propuestas, ni siquiera aquella que parecía más probable. Los números para los próximos 5 años muestran una media de unos 20.000 millones de dólares para la NASA. Cancelado el programa Constellation, que aún se llevará bastante dinero debido los compromisos de cierre contractual con las empresas privadas, la NASA dedicará 7.800 millones de dólares durante cinco años para demostrar nuevas tecnologías, 3.100 millones para conceptos de propulsión y materiales para un nuevo cohete pesado, y 3.000 millones para misiones precursoras automáticas (a la Luna, asteroides, puntos de Lagrange, etc.), que identifiquen futuros objetivos a los que pueda acceder el Hombre. Para lograr todo esto, la agencia pondrá en marcha misiones de 400 a 1.000 millones de dólares que permitan demostrar tecnologías como el almacenamiento y transferencia de combustible en órbita, técnicas avanzadas de encuentro espacial automático, sistemas cerrados de soporte vital, módulos inflables, etc. También se prepararán misiones de menos de 100 millones de dólares para demostraciones de tecnologías como propulsión avanzada o uso de recursos, y se lanzarán sondas de menos de 800 millones de dólares para explorar/demostrar dichas tecnologías en la práctica. Como es natural, el personal de la agencia en los diversos centros, se pregunta cómo les afectará el cambio, y que ocurrirá con las actuales infraestructuras. Sin la lanzadera espacial, estructuras históricas, como las rampas de despegue o los edificios de ensamblaje, se quedarán sin trabajo inmediato. Por otro lado, los astronautas aún van a tener, gracias a la prolongación de la presencia de la NASA en la estación orbital, una serie de misiones en perspectiva, pero si van a ser las compañías comerciales las que se dediquen a transportar astronautas al espacio, los actuales pilotos de la lanzadera espacial posiblemente van a tener que pasar al sector privado. Se propone que las compañías privadas puedan ofrecer soluciones para el lanzamiento de astronautas a la estación a partir de 2016, o quizá antes. Pero eso implica hacer más seguros los cohetes actuales e invertir en los proyectos en marcha (como el Dragon de SpaceX). Los analistas, además, se hacen varias preguntas. Si la NASA se dedica ahora a generar tecnología de uso general para futuras misiones, sin que se sepa cuáles serán éstas y si serán o no aprobadas, se corre el peligro de que no sean utilizadas jamás o que, cuando se necesiten, vuelvan a estar obsoletas. La NASA ha anunciado que abrazará en lo posible la cooperación con otros países, pero hay que cuestionarse si ahora deberán ser éstos los que marquen los objetivos a llevar a cabo. Y lo más importante, ¿volverá a cambiar el paradigma el próximo Presidente de los Estados Unidos? (Foto: NASA)