La Phoenix Se Posa Sobre el Artico Marciano
La sonda Phoenix se posó como estaba previsto sobre la superficie de Marte a las 23:53:44 UTC del 25 de mayo. Esta fue la hora de recepción de la señal en la Tierra, debido a la distancia y a la velocidad finita de las transmisiones. El acontecimiento había ocurrido a las 23:38:24 UTC. El vehículo se posó en un paraje ideal para la misión, muy plano (inclinado sólo un cuarto de grado) y despejado, ofreciendo nulas dificultades para la apertura de los paneles solares (se temía que alguna roca cercana pudiese impedirlo) y ofreciendo visibilidad directa con la Tierra. El punto de aterrizaje quedó establecido en la posición 68,22 grados Norte, 234,3 grados Este, en la región “ártica” denominada “Green Valley”, en Vastitas Borealis.
Resulta difícil describir la emoción de toda la maniobra de aterrizaje. Innumerables sistemas debían funcionar a la perfección para lograr que el vehículo se posase de forma segura en la superficie. Y el Phoenix recorrió su ruta sin ningún fallo. Su trayectoria era tan correcta que se obviaron las dos últimas correcciones de rumbo disponibles. Con el planeta haciéndose cada vez más grande frente a ella, la sonda empezó a sentir el tirón gravitatorio marciano, y empezó a acelerar. Su velocidad pasó de unos 10.500 km/h a las 15:30 UTC a casi 15.000 km/h cuatro horas después, y subiendo hasta los 20.000 km/h en el momento de tocar la atmósfera.
Los últimos minutos fueron seguidos con atención por el personal de control en Pasadena, en el Jet Propulsion Laboratory. Primero se confirmó el encendido de los calentadores que pondrían a los motores del descenso final en la temperatura adecuada para su funcionamiento, y después la presurización del sistema de propulsión. Al mismo tiempo, la sonda MRO se orientaba para tener una visibilidad perfecta de su compañera durante la entrada atmosférica. Tanto ella como la Mars Odyssey y la europea Mars Express trabajarían para recibir la telemetría, y habían adaptado sus órbitas para coincidir sobre el mismo punto en el momento adecuado.
Otro momento crucial ocurrió a las 23:39 UTC. La etapa de crucero, el vehículo que había llevado hasta Marte a la sonda de aterrizaje, era separada del resto del conjunto. La Phoenix, dentro de su escudo térmico de forma cónica, viajaba ahora sola hacia la atmósfera. Los sistemas de la etapa de crucero (propulsión, paneles solares, comunicaciones, etc.) ya no serían necesarios. A las 23:46 UTC se iniciaba la más peligrosa de las fases. El vehículo entraba por fin en el débil manto atmosférico del planeta y empezaba a desacelerar gracias al rozamiento. Aunque los controladores sabían que podrían perder la señal de la nave en algunos momentos, ésta se mantuvo en todo instante a través de la Mars Odyssey, que actuaba como repetidor, además de registrarla en su ordenador de a bordo. De este modo, los espectadores pudieron seguir paso a paso todo el descenso, y oír la confirmación de que todas las operaciones se estaban llevando a cabo según lo planeado.
Durante cuatro minutos, la enorme velocidad de llegada descendió rápidamente hasta los 2.000 km/h. A las 23:50 UTC, se extendía el paracaídas (7 segundos más tarde de lo programado), reduciendo aún más la velocidad. Se separó también la cubierta inferior, y quedó expuesto el radar altímetro, que pudo enviar su señal hacia la superficie un minuto después. Con esta información, el vehículo conocía su posición en cada momento. Otros instrumentos medían su orientación e inclinación. A las 23:53 UTC, llegó otro momento crucial, el de la caída libre. Con una velocidad de menos de 400 km/h, el vehículo de aterrizaje se separó del escudo y el paracaídas, y empezó a caer por sí mismo. Con los datos disponibles, activó sus 12 motores pulsantes y maniobró diligentemente hasta posarse con suavidad (menos de 10 km/h) sobre la superficie. Previamente, había extendido sus tres patas, permitiendo el aterrizaje soñado. En la Tierra, el locutor informó de las lecturas del altímetro, poniendo de manifiesto que todo se desarrollaba según lo previsto. Y cuando comunicó la liberación del helio presurizante, una operación que se efectuaría tan pronto como se tocara el suelo, todo el mundo estuvo seguro de que la Phoenix lo había logrado. Treinta y dos años después de las Viking, una nave había conseguido posarse sobre Marte mediante sistema de propulsión.
Con la alegría desbordada, tanto en Pasadena como en los diversos centros que habían participado en la misión, se analizaba el minuto de telemetría disponible tras el aterrizaje. Las sondas repetidoras de la vertical se habían alejado ya de la vertical y el transmisor se apagó para ahorrar energía hasta la apertura de los paneles solares. Esta maniobra se haría 20 minutos después del aterrizaje, para dar tiempo a depositarse al polvo que pudiera haberse levantado por la acción de los motores.
Habría que esperar una hora y media más para que la Mars Odyssey pasase de nuevo sobre la región, lista para recoger más datos que enviar a la Tierra. Mientras, la Phoenix siguió su plan, y almacenó la información a bordo. El próximo paso sería la mencionada apertura de los paneles solares, para alimentar las baterías. Cuando la Mars Odyssey recibió la telemetría, una órbita después, quedó demostrado que éstos se habían abierto sin dificultades. No sólo eso, se habían extendido los mástiles de la cámara estereográfica y de la estación meteorológica, y la nave había iniciado el envío de fotografías. Según el plan, ante la incertidumbre de las características del lugar de aterrizaje, la sonda fotografiaría sus paneles y las patas para informar a los ingenieros de su estado.
Luego, fotografió el horizonte y los alrededores, tanto en blanco y negro como en color. El aspecto del paisaje no podía ser más apropiado. Un lugar despejado, donde el vehículo podría llevar a cabo su labor, básicamente mover su brazo robótico (que tardaría otros 2 días en desplegar) y recoger muestras y perforar el suelo.
Las imágenes mostraban una superficie marciana muy parecida al ártico terrestre, con patrones poligonales en el suelo, indicadores de múltiples fases de contracción y expansión. No se ve hielo de agua a simple vista, pero los científicos creen que éste se halla en el subsuelo, en el permafrost.
Durante los próximos tres meses, al menos, la sonda usará sus instrumentos para estudiar tanto la tierra como el hielo que encuentre. Se quiere averiguar si contienen ingredientes químicos de la vida preservados en ellos, lo que sugeriría que la zona fue habitable en el pasado. (Fotos: JPL)
Resulta difícil describir la emoción de toda la maniobra de aterrizaje. Innumerables sistemas debían funcionar a la perfección para lograr que el vehículo se posase de forma segura en la superficie. Y el Phoenix recorrió su ruta sin ningún fallo. Su trayectoria era tan correcta que se obviaron las dos últimas correcciones de rumbo disponibles. Con el planeta haciéndose cada vez más grande frente a ella, la sonda empezó a sentir el tirón gravitatorio marciano, y empezó a acelerar. Su velocidad pasó de unos 10.500 km/h a las 15:30 UTC a casi 15.000 km/h cuatro horas después, y subiendo hasta los 20.000 km/h en el momento de tocar la atmósfera.
Los últimos minutos fueron seguidos con atención por el personal de control en Pasadena, en el Jet Propulsion Laboratory. Primero se confirmó el encendido de los calentadores que pondrían a los motores del descenso final en la temperatura adecuada para su funcionamiento, y después la presurización del sistema de propulsión. Al mismo tiempo, la sonda MRO se orientaba para tener una visibilidad perfecta de su compañera durante la entrada atmosférica. Tanto ella como la Mars Odyssey y la europea Mars Express trabajarían para recibir la telemetría, y habían adaptado sus órbitas para coincidir sobre el mismo punto en el momento adecuado.
Otro momento crucial ocurrió a las 23:39 UTC. La etapa de crucero, el vehículo que había llevado hasta Marte a la sonda de aterrizaje, era separada del resto del conjunto. La Phoenix, dentro de su escudo térmico de forma cónica, viajaba ahora sola hacia la atmósfera. Los sistemas de la etapa de crucero (propulsión, paneles solares, comunicaciones, etc.) ya no serían necesarios. A las 23:46 UTC se iniciaba la más peligrosa de las fases. El vehículo entraba por fin en el débil manto atmosférico del planeta y empezaba a desacelerar gracias al rozamiento. Aunque los controladores sabían que podrían perder la señal de la nave en algunos momentos, ésta se mantuvo en todo instante a través de la Mars Odyssey, que actuaba como repetidor, además de registrarla en su ordenador de a bordo. De este modo, los espectadores pudieron seguir paso a paso todo el descenso, y oír la confirmación de que todas las operaciones se estaban llevando a cabo según lo planeado.
Durante cuatro minutos, la enorme velocidad de llegada descendió rápidamente hasta los 2.000 km/h. A las 23:50 UTC, se extendía el paracaídas (7 segundos más tarde de lo programado), reduciendo aún más la velocidad. Se separó también la cubierta inferior, y quedó expuesto el radar altímetro, que pudo enviar su señal hacia la superficie un minuto después. Con esta información, el vehículo conocía su posición en cada momento. Otros instrumentos medían su orientación e inclinación. A las 23:53 UTC, llegó otro momento crucial, el de la caída libre. Con una velocidad de menos de 400 km/h, el vehículo de aterrizaje se separó del escudo y el paracaídas, y empezó a caer por sí mismo. Con los datos disponibles, activó sus 12 motores pulsantes y maniobró diligentemente hasta posarse con suavidad (menos de 10 km/h) sobre la superficie. Previamente, había extendido sus tres patas, permitiendo el aterrizaje soñado. En la Tierra, el locutor informó de las lecturas del altímetro, poniendo de manifiesto que todo se desarrollaba según lo previsto. Y cuando comunicó la liberación del helio presurizante, una operación que se efectuaría tan pronto como se tocara el suelo, todo el mundo estuvo seguro de que la Phoenix lo había logrado. Treinta y dos años después de las Viking, una nave había conseguido posarse sobre Marte mediante sistema de propulsión.
Con la alegría desbordada, tanto en Pasadena como en los diversos centros que habían participado en la misión, se analizaba el minuto de telemetría disponible tras el aterrizaje. Las sondas repetidoras de la vertical se habían alejado ya de la vertical y el transmisor se apagó para ahorrar energía hasta la apertura de los paneles solares. Esta maniobra se haría 20 minutos después del aterrizaje, para dar tiempo a depositarse al polvo que pudiera haberse levantado por la acción de los motores.
Habría que esperar una hora y media más para que la Mars Odyssey pasase de nuevo sobre la región, lista para recoger más datos que enviar a la Tierra. Mientras, la Phoenix siguió su plan, y almacenó la información a bordo. El próximo paso sería la mencionada apertura de los paneles solares, para alimentar las baterías. Cuando la Mars Odyssey recibió la telemetría, una órbita después, quedó demostrado que éstos se habían abierto sin dificultades. No sólo eso, se habían extendido los mástiles de la cámara estereográfica y de la estación meteorológica, y la nave había iniciado el envío de fotografías. Según el plan, ante la incertidumbre de las características del lugar de aterrizaje, la sonda fotografiaría sus paneles y las patas para informar a los ingenieros de su estado.
Luego, fotografió el horizonte y los alrededores, tanto en blanco y negro como en color. El aspecto del paisaje no podía ser más apropiado. Un lugar despejado, donde el vehículo podría llevar a cabo su labor, básicamente mover su brazo robótico (que tardaría otros 2 días en desplegar) y recoger muestras y perforar el suelo.
Las imágenes mostraban una superficie marciana muy parecida al ártico terrestre, con patrones poligonales en el suelo, indicadores de múltiples fases de contracción y expansión. No se ve hielo de agua a simple vista, pero los científicos creen que éste se halla en el subsuelo, en el permafrost.
Durante los próximos tres meses, al menos, la sonda usará sus instrumentos para estudiar tanto la tierra como el hielo que encuentre. Se quiere averiguar si contienen ingredientes químicos de la vida preservados en ellos, lo que sugeriría que la zona fue habitable en el pasado. (Fotos: JPL)
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